UNA RENTA BÁSICA PARA LA VIDA

UNA RENTA BÁSICA SIN CONDICIONES PARA LA VIDA DE TODAS LAS PERSONAS

A raíz de la crisis del coronavirus, y especialmente desde la declaración del estado de alarma y sus subsiguientes prórrogas, que han paralizado el país y su economía, vuelve con fuerza el debate sobre la renta básica.
Con más convencimiento que nunca, La Invisible reclama una vez más la implantación de una renta básica que, como tal, y más allá de múltiples interpretaciones, debe reunir, de manera ineludible, las siguientes características:

- Universalidad: una renta individual para toda la población, al menos a partir de la mayoría de edad, instituida así como derecho garantizado desde lo público, al igual que la sanidad o la educación.

-Incondicionalidad: garantizada, por consiguiente, al margen de las circunstancias particulares de cada persona.

-Cuantía: nunca por debajo del Salario Mínimo Interprofesional (SMI).

Queda por tanto claro que se trata de una propuesta emancipadora, en nada relacionada con esas otras que en estos días se vienen oyendo, a veces, de manera interesada, bajo la misma denominación. La renta básica no tiene que ver con ayudas o subsidios puntuales vinculados a situaciones de vulnerabilidad y pobreza, no es un ingreso de inserción social, no es caridad. En tanto que derecho inalienable, no depende de los filtros que la administración (local, autonómica o estatal) establezca, siempre, por cierto, de modo estigmatizante.

UNA RENTA BÁSICA PARA LA VIDA QUE NO DEJA A NADIE FUERA

Si alguna vez lo hizo, hoy día sabemos que el empleo no asegura el acceso a una vida plena, ni siquiera digna. Alrededor del 15% de las y los trabajadores de nuestro país son pobres, según datos de la OIT (Organización Internacional del Trabajo) para antes de la crisis del coronavirus. No se trata, en consecuencia, únicamente de la escasez de empleo, sino de que los salarios de unos 2,3 millones de personas no cubren sus gastos básicos.
El Consejo de Europa ya ha alertado de que la crisis del coronavirus afectará de manera especialmente virulenta a los 12 millones de personas que en el estado español ya viven bajo el umbral de la pobreza. Ahora sumemos, además de los 2,3 millones de trabajadores pobres antes mencionados, otros 3,2 de desempleados.

Añadamos otros sectores ya en la cuerda floja, como autónomos, microempresas, pymes o personas afectadas por los 450.000 ERTE que a 30 de marzo se habían registrado. Son sectores, por otro lado, a los que el gobierno ha destinado la mayor parte de las medidas puntuales y paliativas (siempre que se resuelvan los laberintos burocráticos anunciados) implantadas desde la declaración del estado de alarma. En otras palabras, el gobierno, ciego a la realidad de nuestra sociedad, intenta a la desesperada mantener la foto fija y sepia de un mundo ya minoritario, el del empleo estable y digno, y deja así fuera a los millones de invisibles, o invisibilizados, que desde hace ya demasiado habitan en los anchos márgenes de modelo neoliberal: personas trabajadoras precarias y temporales del sector servicios, creadoras y precarias del sector cultural, investigadoras, becarias, trabajadoras del sector doméstico y de cuidados, temporeras y jornaleras, trabajadoras sexuales, sectores informales, contratadas en negro, cuidadoras, desempleadas, migrantes en situación irregular, diversas funcionales, personas dependientes, por mencionar solo algunos.
El chantaje del acceso a la renta a través de un empleo, cada vez más escaso y precario, deja atrás a una gran parte de nuestra sociedad. Por eso, La Casa Invisible siempre defenderá la implantación de una Renta Básica para la Vida.

UNA RENTA BÁSICA PARA LA VIDA QUE CUIDA

Con la actual crisis sanitaria han cobrado relevancia los trabajos que sostienen nuestra sociedad y, por consiguiente, su economía, en tantos casos relacionados con los cuidados y tradicionalmente minusvalorados y feminizados. Buena parte de esas labores imprescindibles, en esta crisis más que nunca, se lleva a cabo sin ninguna contraprestación económica, como son los cuidados en los hogares de personas enfermas, dependientes, ancianas, niñas y niños confinados, etc. Los cuidados no remunerados, de más está decirlo, no se están reduciendo al ámbito doméstico: personas voluntarias en la sanidad; tejidos de apoyo mutuos que aprovechan las redes sociales para organizar compras, reparto de alimentos, atención a dependientes, asesoramiento y servicios de todo tipo; creadoras que suben en abierto sus obras o actúan por streaming abierto.
No hay Estado de bienestar que se sostenga sin esas labores, no hay siquiera economía, ni por tanto sociedad, que sobreviva si las obvia. Si esos trabajos sostienen la vida, deben ser reconocidos en forma de renta.

UNA RENTA BÁSICA PARA LA VIDA EN COMÚN

Numerosas iniciativas se multiplican como muestra de solidaridad, afectos y cooperación. Contra el miedo se erige la potencia de los comunes, ese desbordante espacio que se escapa al binomio público/privado. Tanto es así que, aun confinadas, no nos sentimos aisladas. Quizás, incluso, estamos más unidas que hace un mes.
La enfermedad Covid-19 ha revelado de manera dramática la extrema vulnerabilidad del mundo que habitamos. El mito patriarcal y neoliberal del individuo que se hace y sostiene a sí mismo, el famoso BBVAH (Blanco, Burgués, Varón, Adulto y Heterosexual) se derrumba de forma estrepitosa, mientras que la rotunda verdad de nuestra interdependencia vital se impone: nos necesitamos de forma radical.

Hay una minoría, sin embargo, que ha optado por la vía de la desconfianza, de la represión y la exclusión. Es la propuesta del programa político y cultural de las extremas derechas, que en nuestro entorno proliferan al calor de las políticas neoliberales, del individualismo, de la competición, de los recortes, la austeridad y la corrupción: del miedo, en definitiva, que propicia ese caldo de cultivo. No en vano, son ese tipo de políticas las que han menoscabado nuestra sanidad pública, ahora desbordada, las que condenan a nuestras y nuestros a mayores a residencias en manos, como estamos comprobando dolorosamente, de macabros intereses privados. Esas políticas neoliberales no han sido siquiera capaces de dotarnos de unas mínimas condiciones para la sostenibilidad de la vida, como tampoco del planeta, al tiempo que sus élites corruptas se dan un festín de acaparamiento.

A partir de ahora el derecho a vivir de manera digna es prioritario. Todo cuanto atente contra ese derecho deberá considerarse un delito de lesa humanidad: las políticas austericidas, la corrupción, la búsqueda del lucro personal en el ejercicio de la política, la especulación inmobiliaria, la privatización de los bienes y servicios públicos, los recortes sociales, la precarización del empleo, etc. Los derechos, por si hace falta recordarlo, no se alcanzan mediante la caridad.
El derecho a la vida pasa por un relanzamiento de las instituciones comunes, por la creación de más espacios comunes y el refuerzo de los que ya tenemos, como La Invisible. Crear y sostener entramados comunitarios, potenciar nuestros recursos e instituciones públicas mediante la democratización de su gestión, desarrollar políticas fiscales progresivas para pagar en función de la riqueza y, por supuesto, la implantación de una Renta Básica Universal: he aquí un programa de mínimos.

UNA RENTA PARA LA VIDA EN EL PLANETA

La pandemia no solo rompe el mito liberal del individuo autosuficiente, sino que además evidencia la insuficiencia de la forma Estado para enfrentarnos a su expansión, por descontado, pero también a otra urgencia igualmente dramática: la emergencia climática.
El modelo capitalista, con sus dogmas de crecimiento imparable, ha esquilmado el planeta hasta un punto de no retorno. O lo detenemos, o no hay viabilidad para la vida humana en el planeta.

La provincia de Málaga, desde donde escribimos, lo ilustra a la perfección: el cuasi monocultivo del turismo como único vector productivo ha degradado hasta el extremo nuestro territorio, a la vez que nos condena a la precariedad laboral y el éxodo habitacional. Han bastado unas pocas semanas de confinamiento para situarnos como la primera provincia en aumento del desempleo, a la vez que el cáncer del negocio de los apartamentos vacacionales se desmoronaba de un día para otro.

Además de un nuevo modelo productivo, que opte también por el cuidado del planeta y sus habitantes, la investigación científica y tecnológica o la promoción del tejido creativo, resulta palmario cómo en nuestra provincia debemos ya superar el chantaje del empleo y acceder por fin a una renta incondicional.

UNA RENTA BÁSICA PARA LA VIDA PORQUE LA MERECEMOS

En La Casa Invisible conocemos de primera mano la precariedad a la que nos condenan las políticas neoliberales, pero también las prácticas de la vida por venir: la construcción de un común urbano, los cuidados entre las personas que lo habitan, el apoyo mutuo en un entorno de inquilinas y pequeños negocios acosados por la especulación urbanística en forma de turismo masificado, el empeño y la capacidad inventiva para sostenerse en una ciudad que maltrata a sus creadoras locales… Y por qué no, la alegría de organizarse entre las muchas invisibles, para luchar por una vida que merezca la pena ser vivida.

Por ello porque sabemos cuánto vale el trabajo de cuidados que durante siglos ha sostenido el modelo capitalista, porque conocemos la explotación laboral, porque no aceptamos caridad, estigmatización y clientelismo, porque nos duele el territorio y el patrimonio que nos han esquilmado, porque estamos cansadas de que se apropien de nuestras capacidades cooperativas, comunicativas y creativas, porque ya pagamos la crisis de 2008, porque los bancos nos deben miles de millones de euros de su rescate, porque nosotras no evadimos impuestos, porque hemos sido expoliadas por los corruptos. Por todo ello y muchos más:

EXIGIMOS UNA RENTA BÁSICA PARA LA VIDA

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